Alejandro Klappenbach - Especial para LA GACETA
Y resulta que ahora hay que firmar unas líneas intensas en el cierre de la Copa Davis. Después de que desde este espacio se hizo foco en la lógica. ¡Cómo hablar de lógica ahora! ¡Por favor! Cuando el cuerpo no aguanta más, cuando parece que va a estallar de tanto que tiene y se mueve por dentro, la lógica es lo que menos importa.
La final de la Davis nos regaló un cierre soñado. Difícil de imaginar, aunque el repaso nos muestre que gran parte de lo que ocurrió estuvo lejos de ser una sorpresa. Juan Martín Del Potro y Maric Cilic podían jugar el partido que jugaron. Casi que debían hacerlo. Parejo, tenso, cambiante. Con momentos de dudas, mejor y peor gestionados. Con el marcador influyendo a tal punto de convertirse en aliado o enemigo. Las idas y vueltas numéricas fueron uno de varios condimentos fuertes que concluyeron en un partido inolvidable. Qué dulce será para Juan Martin el momento en que se siente, ahora sin actividad por delante, a repasar lo que ha hecho en este 2016. Y qué difícil, definir su mejor victoria. ¿Djokovic, Nadal, Murray, Cilic o Wawrinka? Otra vez el tandilense, con su rendimiento, reclama para sí uno de los mejores lugares de la historia de nuestro tenis. Y lo hace en base a empujar más y más sus límites. Ahora, en Zagreb, asegurando presencia en tres puntos. Con todo lo bueno y lo malo que esa decisión implicaba. Desgaste físico y exigencia mental por un lado. Asumir como nunca su indiscutido liderazgo, por el otro. La conclusión es unánime. Su juego, su cabeza, su físico. El combo completo respondió.
Triunfo clave
Su triunfo sobre Cilic fue clave, decisivo. El inicio del cuarto punto lo mostró frío, algo dubitativo para asumir la importancia del partido. Muy rápido quedó lejos en los números. Y reaccionó. En el tiebreak, otra vez con déficit en el resultado y, nuevamente, pareció cómodo viniendo de atrás. Ese primer set perdido lo empujó a su peor momento del fin de semana. El segundo parcial fue flojo. Lució incómodo, sin soltura de movimientos, con problemas para mover una pelota lenta y pesada. En este contexto, su revés mostró un grado de vulnerabilidad que parecía algo del pasado. Cilic hizo lo suyo desde el saque y, con agresividad, estiró la ventaja.
Fue el momento crucial. ¿Habrá pensado Cilic que la desventaja de dos sets quebraría la cabeza de Juan Martín? Era difícil no pensarlo. Solo el núcleo íntimo del equipo mantenía firme la fe. Un poco por mérito propio y otro tanto por facilidades que le llegaron desde el otro lado de la red, Del Potro acomodó primero el desarrollo y después los números. La ecuación dio como resultado más soltura y con eso, mayor velocidad de movimientos y de pelota. Y con eso la iniciativa. Y con eso el vuelco. Un cambio profundo en la postura de ambos. Cilic, aún con ciertas respuestas de su probada jerarquía, sufría su posibilidad de ganar el partido y la Copa. Juan Martín, aún con algunos momentos de dudas, casi que disfrutaba lo que le quedaba por delante.
Ya todos sabemos cómo terminó el partido. La referencia estadística que dice que es la primera vez que Del Potro gana un juego viviendo de 0-2 es apenas un detalle que será importante con el tiempo. En estas horas, importa que el triunfo por 6-7, 2-6, 7-5, 6-4 y 6-3 estiró la definición al quinto punto.
El momento de Delbonis
La euforia fue rápidamente corrida del escenario en un vestuario en el que más que una idea, flotaba una obsesión. Federico Delbonis estaba frente al momento que tal vez haya soñado alguna vez. Y un premio inigualable: la Copa Davis, la primera de la historia de Argentina, lo esperaba en la cancha central.
El semblante anímico, en los bancos, al inicio del punto decisivo, era elocuente. Unos estaban en el lugar esperado; otros apenas podían entender que debían jugar un partido más. ¿Hace falta aclarar quiénes eran los unos y los otros?
Casi como una continuación de esas imágenes, Delbonis empezó mejor. Sólido con su saque, atento a cualquier posibilidad con la devolución. Y sintiendo desde el peloteo mismo que la elección de cancha y pelotas más lentas que hizo Croacia para pinchar la potencia de Del Potro, ahora eran una ventaja para Argentina. Aferrado a la oportunidad que le daba el destino, Federico fue cómplice de su suerte. Quebró una vez, en la única chance que tuvo en el primer set. Esa diferencia fue suficiente para definir el parcial. El segundo llegó parejo hasta el 3-3. Entonces se le escapó un 15-40. Enseguida un 30-40 fue la oportunidad de otro golpe. Y lo dio. El quiebre lo puso 5-4, con el saque para ventaja de 2 sets. Dicho y hecho. Cerrar el parcial fue poco más que un trámite.
A esa altura, el estadio hablaba un único idioma y las cámaras de televisión solo emitían dos colores. El celeste y blanco tiñó el ambiente y el eco de los cantos de los hinchas argentinos fue el sonido inconfundible que anuncia los grandes hitos del deporte de nuestro país.
Tal como Cilic más temprano, Delbonis debió convivir con la exigencia y la responsabilidad de una gran ventaja. Dicen por allí que lo peligroso de las oportunidades es que hay que aprovecharlas. Ni más ni menos que eso. El líder croata no pudo contra Del Potro. El zurdo argentino sí lo hizo frente a Ivo Karlovic. A su tiempo, en el momento justo, para dinamitar esperanzas locales y para grabar su nombre en la historia, en forma de victoria por 6-3, 6-4 y 6-2. Sí, en sets corridos y sin necesidad de jugar ningún tiebreak.
Argentina es campeón de la Copa Davis. Al fin se puede escribir un título rebelde, que se negó en tiempos de Vilas y Clerc, y en los años mágicos de la gloriosa Legión. La quinta final fue la vencida. El largo recorrido de esta celebración nos deja algunas imágenes muy nítidas. Un equipo unido, aún sin Del Potro, casi agradeciendo la ausencia de Janowicz en primera ronda. Delbonis vestido de héroe, en Pessaro, contra Italia por cuartos de final. El delicioso impacto en Glasgow, frente a los hermanos Murray, para ganar la semifinal. Y este abrazo de dimensión mundial, en la fría Zagreb.
Grabemos para siempre en la memoria el domingo 27 de noviembre de 2016. Dentro de unos años, las próximas generaciones buscarán en los archivos esto que a nosotros, afortunados, nos tocó vivir. Y sentir.